Hay veces que me da por suicidarme,
suele ser domingo
y el reloj sigue parado sobre una mesa verde.
Una mesa verde que apoya los sueños
y las plumas de alas rotas.
A veces, y solo a veces,
me da por suicidarme
y me ahogo entre el humo de un cigarrillo
que no sabe a nada
pero rellena vacíos de 24 horas,
que es un día.
Esos días preparo la cena para dos,
y hago la cama para uno.
Rompo los recuerdos en dos,
o más.
Limpio el polvo de las estanterías,
y de la cama.
Las gotas de los cristales,
y de las mejillas.
Vacío el corazón de latidos.
Los domingos,
algunos domingos,
me da por imaginarme las calles que hemos pasado juntas
o, peor,
las calles que no pasaremos.
Me da por buscar tu nombre entre apuntes,
me da por recordar tu cara,
que he olvidado.
Me da por escuchar tu voz
en el eco de la habitación.
Y las paredes se retuercen y me preguntan
¿por qué?
Hay veces que me suicido con palabras
que cortan como cuchillos,
o, peor,
que no cortan pero desgarran,
y me dejan ver las entrañas llenas de humo amarillo.
Parto mi alma en dos de esta manera,
esperando que entres
y esta vez, sí,
vengas a quedarte.
Te imagino bordeando la nostalgia,
reparando en las huellas que creo haber dejado,
cosiendo el domingo a base de telarañas.
Caminando los silencios que nos han separado.
Buscando mi nombre en internet,
navegando y naufragando.
Algunos domingos me da por suicidarme
y entonces me pregunto
¿qué día es hoy?
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