Blog, Fragmentos

La niña de las coletas

“Era una agradable y limpia mañana de otoño –de octubre, me atrevería a decir– y yo estaba en la cocina sacándoles el corazón a unas manzanas para hacer una salsa. (…)
Recuerdo que me disponía a recoger la leña cuando escuché el chirrido de las ruedas del carro en el portal. Uno de los caballos blancos más veloces que hubiera visto nunca tiraba de un extraño carruaje  que tenía forma de vagón. (…)
Estaba pintado [el carruaje] de un color azul pálido, como el de los huevos del petirrojo, y a un costado se leía en grandes letras escarlatas:
PARNASO AMBULANTE
DEL SEÑOR MIFFLIN
LOS MEJORES LIBROS A LA VENTA:
SHAKESPEARE, CHARLES LAMB, STEVENSON,
HAZLITT Y TODOS LOS DEMÁS
(…)

Mientras hablaba [el hombrecillo] soltó un gancho de alguna parte y uno de los costados se levantó como una tapa. Una especie de mecanismo hizo clic, la tapa se convirtió en un tejadillo y entonces no hubo sino libros y más libros en filas.

Aquel costado del vagón no era otra cosa que una gran librería. Estanterías sobre estanterías, y todas repletas de libros, viejos y nuevos.”

(…)
la niña de las coletas
.- Extractos de los capítulos 2 de La librería ambulante, de Christopher Morley, según traducción de Juan Sebastián Cárdenas, cuya primera edición de enero de 2012 se ha publicado como número 42 de la colección Largo recorrido, por la editorial Periférica (pp. 18-20).
.- Fotografía de la estatua de una niña leyendo, de Esteve Edo, que se encuentra en las Alameditas de Serranos, en Valencia.
    La Niña de las coletas por Mil lecturas, una vida

    La «Niña de las coletas» es una escultura del artista José Esteve Edo. Nacido en 1917; es mi amigo, pero hace tiempo que no le veo. Un hombre menudo, puro nervio. Se fue a Grecia a aprender, conoció a Giacometti, a quien le llamaba maestro. Participó en varios coloquios sobre arte de la Fundación Mainel. Estuve varias veces en su taller: un lugar mágico.Casi cada día paso por delante de esta escultura en bronce. No es una niña, más bien es una adolescente. Está leyendo, o quizás ha dejado el libro en su regazo, para meditar algo que acaba de leer. La figura rompe dulcemente  la estricta simetría  en varios puntos. Es una adolescente estilizada, elegante.

    ¿Qué está leyendo? No lo sabemos, pero parece que la lectura y la meditación tienen parte en ese difícil abandono de la infancia, en ese difícil y lento ingreso en la edad adulta. Esteve Edo, ¿nos dice quizás que es importante que el joven o la joven descubra su intimidad, que la lectura es un buen camino? ¿que la buena lectura modela armónicamente la personalidad, que en ella se pueden encontrar ejemplos de equilibrio, de horizontes que hacen levantar la vista, que estilizan a la persona, que exige silencio, autoposesión?

    Al menos, la «Niña de las coletas» me lo dice a mí.

    Imaginad que en vez del libro abierto tiene entre las manos una blackberry. Duro de imaginar. Sería una sarcasmo, una violenta ruptura entre «tema actual» y forma escogida. Terrible lo que nos puede estar diciendo esa imagen hipotética: están perdiendo la lectura nuestros jóvenes, ¿qué les estamos dando en su lugar? Qué difícil, entonces, el equilibrio, la intimidad, la armonía, el silencio, la autoposesión para darse a los demás.

    D. José esculpió mucho, va para los cien años. En una parroquia a la que suelo ir a Misa, hay varias esculturas suyas en madera. En una de ellas, en la del fraile San Pascual Baylón, esculpió su propio rostro. Cada vez que voy, me parece que me mira, y me acuerdo de él. Y de la «Niña de las coletas». Y de su fantástico taller. Y de que hay algo que no podemos permitirnos perder.

    Autores:
    Plato por Plato
    Mil lecturas, una vida

    2 comentarios

    Se lee… «Recuerdo que me disponía a recoger la leña cuando escuché el chirrido de las ruedas del carro en el portal. Uno de los caballos blancos más veloces que hubiera visto nunca tiraba de un extraño carruaje que tenía forma de vagón» Y me pregunto, con ánimo puñetero: ¿el caballo más rápido que nunca viste, querido narrador-protagonista, era uno que tiraba de un carruaje, y que por lo demás llegaba a tu puerta reduciendo su velocidad, entiendo, si no frenando? ¿O es que quizás no pudiste evitar darle a ese caballo; ese caballo que tenía que ser blanco porque la bella biblioteca es pura e inocente, porque lo mágico tiene que ser angelical, una cualidad acorde a ese lugar común en donde reside tu fantasía?

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