Desde el primer día que la escuché cantar en directo –y de esto pronto hará dos años– lo tuve totalmente claro: Rozalén es la «cantora» –o «canta-autora» sin prejuicios, porque es la autora de casi la totalidad de sus canciones– que se estaba echando en falta dentro de nuestro joven panorama musical; es sencillamente una«artistaza completa» –como decimos allá por el Sur– difícilmente etiquetable.
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Con derecho a…
Hay muchos motivos que justifican mi anterior convencimiento y que son fácilmente comprobables escuchado y viendo cantar a Rozalén.
Rozalén, para empezar, posee un dominio, yo diría que natural y absoluto, del «canto popular». Por las características peculiares y «jondas» de su voz y de su música, rompe con todos los estereotipos o moldes que podamos imaginarnos; ella es capaz de adentrarse, con extraordinaria naturalidad y frescura, en cualquier género o estilo: el blues, la copla, el son, el flamenco, el pop, el rap, la música árabe, la canción de autor, o lo que se proponga. Y es que Rozalén es, en realidad, una revelación del «canto sin fronteras»; es otra forma de ser cantando.
Por otra parte, esta mujer, cuando se sube a un escenario transforma todo su cuerpo en «pura y dura» música y canción –¡ay de esos ojos y de esas manos cantoras!–, y provoca un irresistible «encantamiento»; como si en realidad fuera una de esas «hadas» de las que ella reivindica la existencia en una de sus más bellas canciones.
Si a todo lo anterior se añade, por ejemplo, su dominio escénico; su dicción directa, clara y seductora –¡qué bien y bonito nos canta!–; su capacidad para transmitir emociones y sentimientos –ternuras, recuerdos, soledades, pasiones, sueños posibles… y hasta alguna lágrima–; y, sobre todo, su sensibilidad tan nítidamente humana –¡cuánta humanidad contagia|–, Rozalén, hoy por hoy, se convierte, sin duda, en una «cantante» necesaria.
Entrando ya, más concretamente, en su primer disco «Con derecho a…» diré que nos encontramos ante un trabajo repleto de sorpresas y de virtudes.
Empezaré por los arreglos y la producción del disco: creo que Ismael Guijarro ha conseguido ofrecernos una obra de altísima calidad musical que en todo momento refuerza, mima y le da color a la voz y a las cancones de Rozalén…; se podría haber hecho de otra forma, pero, desde luego, no mejor. Calidad musical potenciada con la participación de un extraordinario equipo de músicos entre los que figuran: Álvaro Gandul, Martín Leiion, Jimi González, Samuel Vidal, Alonso Aragón, Juancho Guervara, Amir John Haddad, Luis Dulzaides, Alexis Balanowdki, Jesús Lavilla, Marino Sanz, Road Ramos, Rodrigo Aragón, Carlos Nares y El Kanka y El Manim haciendo coros.
Respecto a las canciones del nuevo y primer disco de Rozalén hay que afirmar que nos encontramos frente a una obra variada y completa que rebosa belleza, sensibilidad y encanto a borbotones. Rozalén compone y escribe muy bien: posee un léxico amplio que es, a la vez, ágil, vital, realista y simbólico…; navega en sus textos entre el amor y el desamor…, y entre los deseos, las pasiones y los sueños…; es crítica, y cuando es preciso, rebelde.
Concretamente, en este disco, sorprenden canciones como «Levántate» –en la que reivindica nuestras raíces arábigo-sureñas–; «Comiéndote a besos» –«que eres tú quien me revuelve, que eres tú quien me enamora, tú quien me convierte en la mejor persona»– ; «Alivio» –¡que bien «cantá»!–; y, sobre todo, «Las hadas existen», «Saltan chispas» –fotografía sentimental y reivindicativa de la alegría, de la risa, del cariño, de la ilusión y, en general, de las buenas vibraciones, ¡que falta nos hacen!– y, por supuesto, sin descartar ninguna,«80 veces», canción de amor muy bien elaborada desde el punto de vista literario y bellísima musicalmente; una de esas canciones-latidos que estoy convencido de que pasará a ser parte del memorial sentimental de quienes reivindicamos la capacidad y el valor de enamorarse «hasta el tuétano», y con todas sus consecuencias.
Por todo lo dicho, apostar hoy por Rozalén es una forma de reivindicar y de defender la música y la canción de calidad en un tiempo y en un país –como los nuestros– que tanto necesitan de un respiro de belleza, de sensibilidad y de esperanza… ¡Rozalén, bienvenida!…; y ¡que salten chispas!
Fernando Lucini
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