La vida me enseñó a no creer en lo diferente, tal vez de ahí procede ese indescriptible aumento de adrenalina en mi cuerpo cuando escucho lo que no me gusta.
Todo lo que vemos, lo que pensamos, lo que sentimos no es real. Ninguna sensación se repite exactamente igual. No odiamos de la misma manera a una persona que a otra, no opinamos lo mismo sobre un mismo tema en diversas etapas de nuestra vida. Tendemos a creer que conocemos a nuestros sentimientos, sin pensar antes que éstos pueden ser sólo imaginaciones nuestras y que nos movemos por sensaciones.
He llegado a pensar que todos somos máquinas. Máquinas imperfectas.
Aunque todo esto cambió…
Yo, estaba sentado una mañana, más bien una tarde, para ser sinceros no sé si realmente era de noche, pero pasó. Ella eligió sentarse en frente… , podría haberlo hecho en cualquier otro lado, en ese metro que se coge cada día, ese vagón que huye buscando sentimientos y sonrisas aunque sólo encuentra mediocridad y seriedad. Pero allí estaba ella, sentada, leyendo a uno de mis poetas favoritos, esa sonrisa, esa mirada… era ella.
¿Habéis tenido esa sensación de no poder dejar de mirar a alguien? Pero no le miraba físicamente, le leía sus ojos y acariciaba su alma.
Fue algo muy intenso, fue un vínculo que nunca había sentido. Por fin me di cuenta, sí que tenemos sentimientos, aunque éstos sólo saben expresarse mediante un intérprete externo adecuado.
Parecerá absurdo, no le dije nada, es más, me fui sin prácticamente cruzar nuestras miradas. ¿Por qué? Fácil, ya había encontrado la respuesta.
Autor:
Rafael Tobías
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