El destino, esquivo, se enzarza con el pasado en una danza que nos arrastra hacia el infinito, como una melodía fantasmal, como el eco de palabras moribundas. Es una telaraña que te atrapa en pleno vuelo y se adhiere a cada centímetro de tu piel, con una lengua pegajosa y un aliento que apesta a días revividos una y otra vez. Te permite mirar hacia atrás y hacia adelante, pero te impide dar pasos en ninguna dirección. Estás atrapado en un bucle de tiempo que no transcurre, sino que se alimenta de tu sangre, de tus lágrimas. Fluye en ti y por ti. Te encarcela en tu propio cuerpo y te exprime el alma para obligarte a claudicar, a aceptar lo que te espera sin posibilidad de elegir. Por mucho que necesites rebelarte y huir para no languidecer en un instante detenido eternamente, para no anclarte a un presente inabarcable a la vista… sabes que no hay escapatoria. Has de aprender a soñar para no morir a una hora fijada, para no dejar que unas raíces te amarren a la tierra y te prohiban salir volando sin rumbo, sin planes; a merced del bendito azar. Soñar y soñar para romper las cadenas de lo previsible, de lo impuesto por voluntades ajenas; esa es la única forma de que un espíritu libre sobreviva a los manejos del destino.
Autora:
Ana García Herráez
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