«¿Cómo es posible que un artista peruano haya publicado no una sino varias veces en The New Yorker -portadas, de hecho- y no nos hayamos dado cuenta?»
El sábado 22 de julio, la revista Somos del diario El Comercio publicó un artículo sobre el artista peruano Cristhian Hova, quien, decía la nota: “ha ilustrado cuatro portadas alternativas de películas de Marvel, 11 para DC Comics y una para Century Fox. Además, tres tapas para la revista The New Yorker”.
Fue esto último lo que me llamó la atención. Yo he visto el trabajo de Hova antes. He sonreído, como muchos, ante el nostálgico y sutil sentido del humor de la que debe ser su obra más conocida: Helado Oscuro, un retrato de Darth Vader sosteniendo una paleta negra de helado -un Jet de D’onofrio para los peruanos- mordisqueada en la mano derecha.
De hecho, como buen fanático de Batman, tengo uno de sus afiches homenaje al Caballero de la noche. Pero, además, soy subscriptor de The New Yorker desde hace años. Al igual que mi esposa, Elda Cantú, que fue quien me mostró el artículo sobre el ilustrador peruano que hacía portadas de nuestra revista favorita. Snobs, nosotros, nos dijimos: ¿Cómo es posible que un artista peruano haya publicado no una sino varias veces en The New Yorker -portadas, de hecho- y no nos hayamos dado cuenta?
En el artículo de Somos un recuadro indicaba que “Este año, por medio de un ilustrador de The New Yorker que conoció, la revista lo contactó para que produzca algunas portadas. A la derecha, Donald Trump protagonizó alguna de ellas”.
La “portada” en cuestión es esta:
No recordaba haber visto nunca esa imagen en The New Yorker, y mucho menos en portada, así que de inmediato fui al archivo digital de la revista. Había algo familiar en la ilustración, además del trazo de vectores que ha hecho reconocible el trabajo de Hova, pero en ese momento todavía no sabía qué. En el archivo del New Yorker revisé todas las portadas de la revista entre 2016 y 2017, un total de 75, ninguna de las cuáles mostraba la ilustración del artista peruano. Había una, publicada en el número del 23 de enero de 2017, con motivo de la toma de poder de Trump, que tenía un vago parecido temático. Aun cuando el trazo de su autor, Barry Blitt, no tiene ninguna semejanza con el de Cristhian Hova:
Intrigado, me fui a revisar la página pública de Facebook de Hova, a ver si había algún error y la ilustración en cuestión había aparecido en alguna otra página de The New Yorker. De ser así, seguramente el ilustrador había compartido en sus redes sociales la página correcta. Ahí encontré esto:
La ilustración, entonces, según esa imagen compartida por Cristhian Hova en su página de Facebook, no había sido portada sino que había ilustrado un artículo en las páginas interiores de la versión impresa. Un artículo escrito por Jeffrey Frank y titulado Trump Can’t Stop Himself. Para cualquiera familiarizado con el diseño de The New Yorker, esa página resulta extraña. No se parece en absoluto a la icónica y clasicista maqueta de la revista.
De todas formas, busqué el artículo en el archivo digital. Nada. No existía. Lo siguiente fue buscar artículos de Jeffrey Frank sobre Trump en newyorker.com. Ahora sí. El artículo existía, solo que nunca se publicó en la revista impresa. Apareció en una sección de la web llamada Daily Comment, donde distintos autores escriben textos cortos comentando noticias del día.
Esta es la cabecera del artículo de Jeffrey Frank, como apareció publicado el 14 de marzo de 2017 en la página web de The New Yorker:
La imagen que ilustra la nota es una fotografía de Al Drago, fotógrafo de The New York Times, y, como cualquiera puede ver, no un trabajo de Cristhian Hova. Este hallazgo hizo que me sumergiera de lleno en la página de Facebook de Hova y en su cuenta de Instagram, a la que también había llegado buscando la dichosa portada de The New Yorker. En Somos hablaban no de una portada, sino de tres. No tuve que buscar mucho más. Las redes sociales de Hova son pródigas en muestras de su trabajo.
El 16 de marzo, el ilustrador compartió esta imagen en su cuenta de Instagram:
Al parecer, otro trabajo suyo había aparecido en las páginas de The New Yorker. De hecho, en una entrevista aparecida en la sección postdata del diario El Comercio el viernes 7 de abril de 2017, el periodista Renzo Giner Vásquez dice lo siguiente: “El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump”. A continuación, Giner Vásquez le pregunta al artista: “¿Cómo te contactó The New Yorker?”, a lo que Hova responde: “A través de una agencia con la que trabajo. Yo solo hice el dibujo y ellos se encargaron de todo”. El mismo ilustrador compartió ese día la entrevista en su cuenta de Instagram:
Una vez más, hay algo muy extraño en esa página de The New Yorker ilustrada con una imagen de David Bowie obra de Hova. La maqueta dista bastante del estilo clásico de la revista. Así que volví a newyorker.com. Bastó buscar el titular de la nota publicitada por Hova en su Instagram para llegar al artículo original:
Es una nota de la periodista Sarah Larson, corresponsal de Cultura de newyorker.com, que no se publicó en la versión impresa de la revista ni fue ilustrada con el trabajo del artista peruano. Pero no sólo eso. La primera línea del artículo posteado por Hova en Instagram dice: “This was not supposed to happen”, mientras que la nota de Larson empieza así: “Like many of us who adored David Bowie, I’ve had his music in my head lately”.
¿De dónde había salido esa primera línea? Una vez más, Google tenía la respuesta. Una sencilla búsqueda me llevó a otro artículo publicado en la web de The New Yorker, esta vez obra del crítico de arte de la revista, Hilton Als, titulado Postscript: David Bowie, 1947-2016. Esta es la cabecera de la nota, una vez más, publicada únicamente en la página web de The New Yorker:
Y este es su primer párrafo, de donde sale la primera línea de la página publicada por Hove en su cuenta de Instagram:
Alguien, no podía saber quién pero tenía una sospecha, había fabricado esa otra página de The New Yorker, cogiendo un titular de aquí, un arranque de artículo de allá, y pegando una ilustración obra de Cristhian Hova.
La supuesta relación del ilustrador, siempre según sus redes sociales y sus declaraciones en entrevistas (y los crédulos periodistas que las repetían sin verificación alguna), con The New Yorker no quedaba aquí. El 16 de abril de 2017, Hova posteaba esta nueva página en su cuenta de Facebook:
A diferencia de los otros artículos, este relato de Stephen King sí había sido publicado en las páginas de la revista impresa de The New Yorker. Apareció en el número del 9 de marzo de 2015 y fue ilustrado de esta manera:
La ilustración pertenece al artista Jon Gray, no a Cristhian Hova. La siguiente página, donde comienza el texto del relato, es esta:
De hecho, en la entrevista de El Comercio de abril de este año, el periodista Renzo Giner Vásquez señala que la primera colaboración de Hova con The New Yorker fue la imagen que “acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie”. Bowie murió el 10 de enero de 2016, así que, según el relato del periodista y del propio Hova, es imposible que el artista haya realizado una ilustración para The New Yorker para un relato que se publicó casi un año antes, en marzo de 2015. Las fechas, además de la maqueta de las páginas, el archivo de la revista impresa, las notas de la página web y demás evidencia, no cuadran.
Como tampoco cuadra esta otra supuesta página de The New Yorker que Hova publicó en sus cuentas de Facebook e Instagram hace poco más de un mes, el 2 de junio de 2017:
De nuevo, el artículo que se supone ilustra la imagen del artista peruano, escrito por John Cassidy y titulado “Donald Trump’s ‘Screw You’ to the World”, fue publicado únicamente en la página web de la revista, nunca en la versión impresa:
Y, una vez más, había sido ilustrado con una fotografía y no con una obra de Cristhian Hova, como mostraba la página que el artista había posteado en sus redes sociales.
A través de un amigo periodista que trabaja en The New Yorker, me comuniqué con Genevieve Bormes, asistente editorial de la editora de Arte de la revista. En un email le envié las imágenes con ilustraciones de Hova que él mismo había posteado en sus redes sociales y le pregunté si podía confirmarme que esos trabajos habían sido encargados y publicado en la revista o no. Un par de horas después, Bormes respondió: “Hasta donde tengo conocimiento -la expresión en inglés es ‘To the best of my knowledge’, una formalidad habitual en las comunicaciones oficiales-, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas”.
Con esa confirmación, decidí ponerme en contacto con los periodistas de Somos y El Comercio, que habían escrito o editado artículos sobre la obra de Cristhian Hova en los que se mencionaban las portadas que supuestamente había hecho para The New Yorker.
Primero llamé a Rafaella León, editora de Somos, para contarle lo que había encontrado y preguntarle si ellos, en la revista, habían realizado algún tipo de comprobación. León respondió que no. A continuación me explicó que Cristhian Hova había ido a la entrevista acompañado de dos personas de la agencia de comunicación con la que trabaja, que la revista recibió un USB con el dossier del artista y ellos dieron por bueno todo lo que afirmaba. “Fue un acto de fe”, me dijo León cuando insistí y le pregunté si en ningún momento se les había cruzado por la cabeza verificar si en efecto el trabajo del ilustrador había aparecido en The New Yorker.
Luego de hablar con León, llamé a Renzo Giner Vásquez, autor de la entrevista publicada en abril de 2017, quien había escrito: “El año pasado uno de sus dibujos acompañó la nota que hizo The New Yorker tras la muerte de David Bowie y en marzo de este año volvieron a recurrir a él para graficar al presidente Donald Trump”. Giner se mostró tan sorprendido como Rafaella León cuando le comenté lo que había encontrado. Le pregunté de dónde había sacado que The New Yorker había publicado ilustraciones de Hova. A lo que respondió de inmediato: “Me lo dijo él. Y estaba en la nota de prensa cuando me ofrecieron la entrevista”. Así que repregunté: ¿En ningún momento verificaste si en efecto se habían publicado? “No”, me dijo Giner.
Después de esto, hablé con la autora de la nota en Somos, Brunella Vásquez. Su editora, Rafaella León, me facilitó su número de teléfono. Cuando me comuniqué con ella, Vásquez me dijo que León le había contado lo ocurrido. Después de hablar con su editora, Vásquez, me dijo, llamó a la responsable de la agencia y le explicó lo que pasaba. “Ella está haciendo todas las averiguaciones del caso”, me dijo Vásquez. Una vez más, como había hecho con León y Giner, le pregunté a Vásquez si en algún momento se le había ocurrido verificar si lo que decía Cristhian Hova, que The New Yorker había publicado varias portadas realizadas por él, era cierto. Al igual que sus colegas, Vásquez me dijo que no.
Ni bien colgué con Vásquez, llamé a la responsable de la agencia de relaciones públicas que maneja la comunicación de Cristhian Hova para solicitarle que me contactara con él. Le dije que Brunella Vásquez, de Somos, me había dicho que la había llamado antes y explicado la razón de mi interés. La responsable, que me pidió que no mencionara su nombre, me explicó que ella se había sorprendido también y que había hablado con Hova para exigirle que le explicara qué estaba ocurriendo. Las respuestas que le dio, que una supuesta galería de arte en Estados Unidos le había solicitado realizar unas ilustraciones para homenajear portadas de The New Yorker, con consentimiento de la revista, no la convencieron y su agencia había decidido ya terminar la relación laboral con el artista.
Cuando le pedí que me pusiera en contacto con él, me dio su teléfono y me dijo que le había recomendado que aceptara conversar conmigo y, sobre todo, que tuviera a mano el supuesto email o recibo o lo que fuera que comprobaría el pedido de la galería. “Porque si no aclara esto resulta que le ha mentido hasta al curador de su exposición en Índigo, donde hay una línea de tiempo que señala que ha publicado trabajos en The New Yorker”, me dijo.
La explicación, por supuesto, resulta bastante improbable. Sobre todo cuando desde el mismo The New Yorker, recordemos, la asistente editorial de la editora de Arte señala que: “hasta donde sé, puedo afirmar que este artista no tiene relación alguna con The New Yorker ni con sus portadas”. Y cuando las páginas fabricadas que Cristhian Hova publicó en sus redes sociales no corresponden a portadas sino a supuestas páginas interiores de la revista.
Las publicaciones de Cristhian Hova en The New Yorker no son el único caso sospechoso que he podido desenredar echando un vistazo a sus redes sociales, haciendo uso de Google y redactando unos cuantos emails y mensajes de Facebook messenger.
El 27 de marzo, Hova publicó en su página de Facebook esta imagen:
Pero si uno descarga la imagen de Gallagher sosteniendo el cuadro y realiza una búsqueda en Google Images, se encontrará con que la foto ha sido modificada, tomando como base esta otra:
El 19 de marzo, Daniel Pitts, un artista inglés residente en Manchester, compartió en sus varias redes sociales la imagen de Liam Gallagher sosteniendo un cuadro pintado por él. El cuadro era un homenaje a la portada del soundtrack de la película Quadrophenia. Luego de encontrar la imagen, contacté a Pitts a través de Facebook messenger. Me respondió de inmediato.
Antes de explicarle la razón de mi mensaje, le pregunté si podía decirme cuándo, dónde y quién había tomado la foto de Gallagher sosteniendo su cuadro que estaba en su página de Facebook. Pitts me dijo que la foto fue tomada el 17 de marzo por una amiga suya que conoce a Liam Gallagher y que le habló al músico del trabajo del pintor. O sea, 10 días antes de la primera publicación de Hova. Digo primera porque un par de meses después, el 4 de junio, el artista peruano volvería a compartir la misma imagen de Gallagher con su ilustración. Esta vez en su cuenta de Instagram:
Al terminar de hablar con la responsable de la agencia de comunicación que trabajaba con Hova, lo llamé una decena de veces. No hubo respuesta. Le dejé un mensaje de voz y varios mensajes a través de messenger en sus dos cuentas de Facebook. La responsable de comunicación me escribió minutos después diciéndome que el ilustrador le había escrito por whatsapp diciéndole que tenía varias llamadas perdidas y que ella le había dicho que “conteste y que asuma lo que tenga que asumir”. Las llamadas eran mías. La responsable de la agencia me pidió un momento para volver a hablar con él. Segundos después me escribió: “Nada, a mí tampoco me contesta”.
ACTUALIZACIÓN
A las 5:09 pm, poco más de dos horas después de publicado este artículo en No hemos entendido nada, el ilustrador Cristhian Hova publicó este mensaje en su página de Facebook:
ACTUALIZACIÓN
A las 8:11 pm, tres horas después de que Cristhian Hova admitiera haber mentido acerca de la publicación de sus trabajos en The New Yorker, el diario El Comercio publicó esta nota de disculpas en su página web:
AUTOR:
Diego Salazar de No hemos entendido nada
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