“Vas a volver hecho mierda”, fue la sentencia de SebaBala, bajista de Cómo Asesinar A Felipes cuando les conté que estaría por su Santiago de Chile para entrevistarles y asistir al festival RockOut donde ellos se encargarían de abrir. Sí que los Felipes son grandes anfitriones: me hicieron conocer al dedillo las bondades de la gastronomía local sometiéndome a algunos desafíos como el “chupe de guatitas” –una suerte de guiso láctico hecho con las entrañas de la vaca- o los erizos, de los cuales salí ileso. Mi potente bagaje de más de media vida dentro de una cocina familiar/comercial me dio el espaldarazo.
“Quiero hacerles una entrevista, ¿dónde nos podemos juntar?” les dije y DJ Spacio, el encargado de guionar las canciones de CAF con sus samples paranormales, no dudó. “Vamos al Lili Marleen, un antro de derechas.” Pausa de dos segundos desconcertantes y definición necesaria (y temida): “era el restaurante favorito de Pinocho”. Cortito y al pie, iríamos a cenar al restaurante favorito de Pinochet, el mayor villano del país, a quien mucha gente sigue extrañando. Luego de chequear que las condiciones de seguridad serían las mínimas, nos lanzamos a la reserva. Me hacía sentido juntarnos allí y sentirnos sapos de otro pozo, tengamos en cuenta que el Lili Marleen tiene como slogan “Ambiente histórico militar” y nosotros somos cualquier cosa menos habitúes de ambientes militares. Y los CAF, quienes utilizan elementos del hip hop, el jazz, la música de pelis y hasta cuestiones progresivas o de kraut rock para dar forma a su inclasificable música, también de algún modo son sapos de otro pozo se muevan donde se muevan, excepto en el marco de Koolarrow (sí, “culero”) el sello de Bill Gould de Faith No More –una suerte de Putumayo punk- donde están hace un tiempo “Es un sello de World Music pero de actitud”, define Spacio con su deslizar urbano y experimentado. Él es el tipo de personaje que todo el mundo quiere tener como amigo cuando llega a una ciudad. Un culturalista de Santiago, veedor de los libros de historia y de los bajo fondos del frenesí moderno, porque a pesar de la parafernalia militar –que incluye una espeluznante maqueta del funeral de Pinochet- y la seriedad alemana traducida en una cocina excelente, el Lili Marleen es, insisto muy a su manera, un tremendo tugurio.
¿Cómo se te ocurrió que vengamos aquí?
Por primera vez vine con un pariente mío. Él pertenecía a un movimiento, mezcla de Sindicalistas y Gremialistas. Acá tenían sus reuniones a finales de los 60 y principios de los 70. Eran la parte reaccionaria y política de los movimientos más extremos, los terroristas de derecha. Luego los gremialistas terminaron siendo la UDI, los más conservadores de la política de Chile. De allí salió Jaime Guzmán, que pergeñó la Constitución de Chile, esa que todavía no se ha podido modificar. Un tipo oculto, muy católico, se dice que era homosexual al mismo tiempo. Bueno o malo, pero un genio.
Y… ¿lo ves a este familiar?
Muy poco, está bastante loco. Es un tipo extremo, pero nos llevamos bien. No hablamos de política, claro. Es brutalmente inteligente, sabe que sus ideas son antiguas y no las expone fácilmente. Creen en otro tipo de sistema esta gente, a veces se acercan al anarquismo incluso, no van de imperialistas.
Me pregunto cómo puede estar este lugar así de expuesto.
A ver, es un lugar particular. Está un poco estigmatizado, es muy raro ver un sitio que exalte los ideales militares y derechas en la actualidad, siendo que esta gente casi está oculta. Era un club militar. Venía a comer Pinochet, estacionaba su Mercedes blanco afuera, que era el auto insignia de los militares. Luego pasó algo curioso con los exiliados chilenos que se fueron a Alemania: al volver, este fue el lugar que adoptaron para revisitar la buena comida de aquel país.
La evidencia de que este es un lugar serio donde comer, se hace presente ni bien el impactante entremés aterriza en la mesa. Spacio había dicho al camarero –un joven atlético, que mostraba un sentido del humor relativamente ácido- “tráenos dos cervezas y un crudo, por favor”. Me pregunté que sería aquello, con cierto resquemor ya que soy argentino y la carne la prefiero más parecida a una suela de zapatilla que a otra cosa. Cuando llegó el crudo temí sucumbir ante el papelón. Sí, era carne cruda. No, no, no, nada de limón ni cocciones en plan carpaccio. CRUDA. Y era mucha. Cada “tosta” –venía sobre una rodaja de pan negro- tenía unos 80 gramos de carne picada ligeramente condimentada descansando encima, esperando por el primer valiente. “Te traemos limón a la mesa porque hay gente a la que le impresiona el plato así como viene, pero debes saber que esto no se come con limón. Se come crudo, a lo sumo con una línea de mostaza dulce-picante”, es el tutorial del camarero. Pues eso, que el dueño de este lugar le tiene más confianza a su carnicero que a su contador. Y esa confianza funciona: el crudo es una puta revelación. Increíble textura y sabor único. Mi pasaporte argentino herido de guerra.
Ya con el estómago agasajado debida y parcialmente –atención a lo que viene- volvemos a la música.
Tus scratches y samples le dan cierta identidad al concepto de la música de CAF, con una frase le puedes dar color a un tema. ¿De dónde viene esa idea estética?
La estética, tanto de sonido como la gráfica, la definimos en los primeros discos. Es de policiales, de crímenes, asesinatos. La música de Ennio Morricone, Henry Mancini, las bandas sonoras de películas policiales italianas viejas encontrándose con la idea de asesinar, también relacionada al hip hop, a lo gansta, a Caracortada y ese tipo de weás; como que nos quedó bien ese entorno. Nuestro objetivo fue hacer bandas sonoras de los temas de Koala, contar bien esas historias (nota: Koala Contreras es el MC de CAF, hacedor de unas potentes y enigmáticas letras, rapeadas sobre métricas extrañas). Las frases en mis samples intentan afirmar las narraciones de Koala, barnizar lo que ya hay. En el caso del V, nuestro último disco,yo lo sentía muy rockero, entonces lo llevé más hacia el rap con los samples –pianos, trompetas y otros clásicos del hip hop- y los sintes, que se disparan en vivo y también desde el sample. Estoy feliz con V, es el corolario de lo que veníamos haciendo. Billy, que ofició de productor e ingeniero, lo hizo pasar todo por amplificadores y emuladores; harto «perilleo» hubo y así se logró engordar el sonido.
A finales de 2013 Marcos Meza el tecladista original de la banda y pilar del sonido Felipes hasta entonces, se alejó del grupo. En su lugar entró el joven músico de jazz Gabo Paillao, la adaptación de ambos frentes transcurre de maravillas.
“Gabo iba a los talleres de una escuela-orquesta que se llama la Conchalí Big Band. Es súper difícil entrar allí, está en una población, en una parte marginal de Santiago. Allí los chicos pelean por tener un lugar, les dan facilidades para estudiar. Es una escuela súper buena onda, cumplieron 20 años hace poco. Una idea que salvó a mucha gente de situación de riesgo social. ¡Tocan hasta ocho horas diarias! Una orquesta de jazz pero con calle que inició a músicos que trabajan en distintos lugares del mundo, una locura. No estás en esa orquesta para tocar la cajita y el palito”, aclara Spacio.
En este cómodo transcurrir de la entrevista, el entorno nos vuelve a distraer. La enésima versión de “Lili Marleen”, que se oye aquí entre muchas otras marchas militares y canciones como “Erika” -la favorita de Pinochet, una pieza muy bonita según Spacio y Felipe Metraca, que llegaría minutos después- se ve interrumpida por una melodía aún más conocida: “The Godfather Theme”, sí el tema de El Padrino. A la velocidad de la digitación del violín se acerca a la barra un personaje encorvado, con cejas azabache gruesas como paja, traje marrón y mucha cara de mala hostia. “Uh, este es “El Pingüino”, un abogado más malo…”, me confirman. Mientras acomoda su banqueta en la barra, el dueño del restaurante se acerca para darle un formal y mecánico beso en la calva. Sí, todo eso. En vivo. Contengo la risa. La solemnidad traspasa la barrera de lo bizarro.
Se suma a la mesa Felipe Metraca, baterista y mentor de este ecléctico grupo humano, junto a su polola Pati quien hoy cumple años. El team de bichos raros se agranda, pero mis entrevistados no sienten gran presión al respecto.
¿Suelen sentirse extraños por no tener un estilo musical definido?
Felipe: “No tanto, la verdad. Aquí sí que hay una pequeña tensión en el aire (risas), pero esto no es nada comparado a cuando tocamos en Haití (más risas)”
Spacio: “¡Uf! Fue muy incómodo, simplemente no encajábamos. Era en un festival de jazz, unas 5000 personas en la plaza principal de Puerto Príncipe. Todo abierto excepto el escenario por cuestiones de seguridad. Cuando íbamos al catering, la gente nos gritaba pidiendo comida –o lo que sea- detrás de las vallas. Súper fuerte, doloroso.”
Felipe: “Cuando nos tocó subir al escenario, algunos en el público bailaban, pero en general la tensión era fuerte ya que otros nos hacían la típica seña de “los vamos a matar”, pasándose la mano por el cuello. Entonces fue que nos “apadrinó” un rapero muy conocido de allí: ‘Ustedes toquen un reggae que yo los acompaño’, fue su idea. Y sabes, cuando se apagan las luces en Haití, se ven las de Jamaica ¿cachai? Estábamos jodidos, eso fue como ir a tocar tango a Argentina. El reggae nos salió mal, claro. Nunca habíamos tocado uno. Al terminar el show, la organización desapareció. Tuvimos que correr entre la gente hacia la van para no nos quitasen lo que llevábamos encima”.
El “garzón” interrumpe: llegan el Currywurst, el Hasche y el Kasseler. Y más cervezas. La mesa es un paraíso berlinés.
Felipe retoma: “No tenemos problemas con no identificarnos con alguna movida en particular, sólo a veces me incomoda nombrarle la banda a una persona mayor. No sé, a una tía que pregunta cómo se llama tu banda, por ejemplo. La palabra “asesinar” suena fuerte ¿no? Nos tocó participar de otros eventos de jazz más cuicos (nota: chileno para fresa/concheto/pijo) y de repente la gente se empieza a ir en medio de nuestro show, es que no hacemos música para gente que va con bastón a escuchar dixieland.”
Spacio: “Llegamos a los festivales gracias a los curadores, que son melómanos y a quienes les caemos simpáticos evidentemente”.
Una vez que vaciamos los platos, comienza a sonar el cumpleaños feliz. El garzón trae una generosa porción de tarta de manzana con su vela correspondiente encendida para Pati. Todo el personal allí presente canta la canción más conocida del mundo, sin despeinarse, sin ademanes exagerados ni muestras de calidez extrema, pero lo cantan. Si hasta el Pingüino aplaude con dudoso swing. La tarta, obviamente, también está exquisita.
La charla había sido genial, la comida espléndida; ya era hora de pedir la cuenta. “Deberán esperar unos 15 o 20 minutos. El Führer, está cenando ahora mismo”, avisa el joven atlético. ¡Dijo el Führer refiriéndose al dueño del local! ¿Desde cuando hay que esperar la cuenta porque el encargado de hacerla no está cumpliendo con su puesto de trabajo? Está claro, una vez más, que las reglas son distintas en el Lili. El Führer parece ser un tipo duro. Original de Berlín, corpulento y con gesto intimidatorio, no deja descansar los músculos de su cara en ningún momento, todo lo dice con su boca tensionada y sus labios en perfecto paralelo, casi sin abrirlos. Sus declaraciones más relevantes de la noche fueron “No lo tenemos permitido”, luego de que indagué si podía hacer fotos del restaurante, y “Gracias”, cuando le felicité por la exquisita comida que nos sirvieron.
Atiborrado de sabores ahumados, intento estirarme para darle un descanso a mi pobre cuerpo que ya lleva 48 horas ininterrumpidas de “gastrotour”. Esa posición de placer momentáneo me da una perspectiva visual distinta. Veo en la sala contigua algo que me llama –más aún- la atención: justo debajo de un poster gigante de el Kaiser, -cual Justin Bieber en habitación adolescente- una foto de La Moneda en llamas, del 11 de Septiembre de 1973, haciendo de trofeo de guerra, “No puedes venir a este lugar sin tu sentido del humor a full”, coinciden los tres chilenos en la mesa y yo no puedo estar más de acuerdo.
Nos vamos con una mezcla de sensaciones inédita luego de esta extraña cena, pero creemos que fue una buena idea el haber venido. Si no estamos en las ciudades para que los polos opuestos convivan, entonces ¿qué sentido tiene esto de aglutinarse en masa? En las volátiles esferas del arte, la música de Cómo Asesinar a Felipes pareciese tener ese mismo objetivo.
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