Citas: Es como decir que no se puede iluminar la casa a no ser que le prendas fuego.
Si hubiera nacido en las praderas salvajes de África habría pasado un tiempo glorioso inventando argumento tras argumento hasta probar que el canibalismo es el mejor medio para promover la comunión verdadera entre los hombres.
No sé qué decir de La casa y el mundo, porque de exaltación del amor conyugal se convierte en un madamebovary hindú, todo salpicado por escupidas poco recatadas contra los males del nacionalismo exacerbado. Quizá la sensibilidad moderna se envare al leer expresadas así tan categóricamente como en La casa y el mundo las diferencias entre hombres y mujeres, convertidas en metáforas de ríos desbordados, flores artificiales en jarrones extranjeros, polvo que se quita de los pies, joyas en cofres. Quizá la espiritualidad de Tagore esté tan pasada de moda como cuando yo leí La casa y el mundo por primera vez, hace 20 años, pero a quién le importa, me gusta haberme leído de nuevo este libro del que recordaba algunas cosas que siguen estando ahí, idénticas, aunque ahora las comprendo diferente. Llevaba guardaditas indelebles dos imágenes: la de la madre pelando y colocando con cuidado en el plato blanco las frutas para el marido, mientras espanta las moscas con un abanico, y la de Bimala amasando, rellenando y friendo pasteles para organizar esa ofrenda llamada con esa palabra tan bonita, prasad. En La casa y el mundo compiten la belleza de la calma del mundo interior de la casa llena de objetos familiares, el reino de las mujeres encerradas, frente al ruido asalvajado del mundo exterior de los hombres, el fuera violento donde crecen los conflictos (parece que este libro en realidad se llama Adentro y afuera o algo parecido, si alguien sabe bengalí que se pronuncie). Pero como siempre, si nos quedamos en la estrechez de lo visible las lágrimas nos impedirán ver etcétera. La lucha no es de lo femenino contra lo masculino sino de lo bueno contra lo malo, y eso, la pasión destructora contra las raíces y las ramas crecidas a lo largo de los años y la confianza o algo así, nunca pasa de moda.
Sandip Babu, el canalla, el ladrón de almas, el hambre despojado de vergüenza, el destructor, el terrorista, el caradura, el que nos quiere hacer creer que el amor es un vagabundo que puede hacer florecer sus flores en el polvo del lado del camino mejor que en los jarrones de cristal que se guardan en la sala. Nikhil, ese espejo de los maridos devotos y los señores comme il faut que al abandonar el campo de batalla se adueña de todo el valor moral. Bimala, la contrincante verdadera porque lucha contra sí misma, la que aprende que las cosas que se suponen inamovibles no lo son tanto, la que para apreciar el sabor simple de la vida necesita quemarse desde la punta de la lengua hasta el estómago con el picante de la ruina, la que dice Destruí todo mi valor al volverme barata. Al lado de eso, León y Quiroga, un poroto. Y de campo de batalla, la India en llamas gritando Bande Mataram, prohibiendo productos extranjeros y exacerbando el made in.
El hermano más joven de mi padre (y al decirlo así es como si me hubiera convertido en heredera del lenguaje tagoresence) dejó en herencia al casarse (como si al casarse tuviera que renunciar a la lectura) algunos libros de Kawabata y de Tagore que cayeron como leves plumas sobre mi adolescencia por esa época arrebatada por los lánguidos franceses y los turbios alemanes. De Tagore, de quien me quedó una tendencia al lirismo trasnochado, aún guardo El jardinero, El cartero del rey, Lipika, La casa y el mundo, los poemas traducidos por Zenobia Camprubí, esa señora con nombre y vocación de gato.
Por fuera del libro:
Hay una foto que me gusta mucho de Tagore con Victoria Ocampo (la señora de sociedad que intentó cazar al león de la India, como dijo alguien), sentada a sus pies toda vestida de blanco. Algún día me gustaría ir a Santiniketan y, si me dejan, sentarme en la silla que la Ocampo le regaló al ya venerable poeta los dos meses que anduvo en San Isidro y que luego Victoria, para que él pudiera llevársela hasta Italia, como no cabía por la puerta del camarote del barco, obligó al capitán a buscar a un carpintero que sacara la puerta de sus goznes para hacer entrar la regalada silla, que llegaría luego hasta la India donde aún sigue. Según dijo Tagore, gracias a ella pudo entender al fin L’invitation au voyage, uno de mis poemas de Baudelaire favoritos, poema que a lo mejor llevé demasiado lejos como himno en mi vida, como Tagore la silla de Victoria.
La casa y el mundo en español citas destacadas:
Sé por experiencia, ya desde mi infancia, que el amor es como el aspecto exterior de la belleza. Pág. 7
Juzgaban que la pureza no es propia de los favoritos de la fortuna. La luna tiene lugar para manchas, pero las estrellas no. Pág. 8
Pero mi esposo no me daba ninguna ocasión para adorarlo. En eso consistía su grandeza. Hay cobardes que exigen como un derecho la absoluta devoción de su mujer, lo que es tan humillante para ellos como para ella. Pág. 9
¿Se puede concluir algo por medio de palabras? Pág. 12
La perfección vale más que todo; pero a falta de ella, busquemos lo que más se le parezca. Pág. 13
Partir dejando el campo libre al enemigo es confesarse derrotado. Pág. 14
Si hubiera que llenar el poco espacio que media entre el día y la noche, se gastaría en ello una eternidad. Pero sale el sol y las sombras se dispersan; un momento basta para llenar un espacio infinito. Pág. 14
Mi marido no podía soportar las exageraciones: vi que ésta le desagradaba. Pero, ¿todos los adornos no son exageraciones? No son de Dios, son de los hombres. Recuerdo que una vez, para defender una mentira de la que yo era culpable, le dije a mi marido: “Solamente los árboles, las bestias y los pájaros dicen la verdad sin mezcla”; así ocurre porque esas pobres criaturas no tienen el poder de inventar; en esto, los hombres, y más aún las mujeres, muestran su superioridad. Una abundancia de adornos no le sienta mal a una mujer, como tampoco una profusión de mentiras. Pág. 24
El verdadero valor del amor consiste en que enriquece los corazones pobres. Para los corazones grandes hay en este mundo toda clase de recompensas divinas. Pero para las almas de poco precio, Dios no ha reservado sino el amor. Pág. 29
… vencer en una discusión no ayuda a ser feliz. Nuestras divergencias de opinión no provienen de la desigualdad de nuestras inteligencias, sino más bien de la diferencia de nuestras naturalezas. Pág. 31
No debo perder la fe. Esperaré. Es borrascoso el tránsito que lleva del pequeño mundo en que ella ha vivido al vasto mundo donde en adelante tendrá que moverse. Cuando se familiarice con esta libertad, sabré lo que debo hacer. Si comprueba que yo no entro en el plan del vasto mundo no pondré mala cara al destino, me despediré en silencio… ¿Emplear la fuerza? ¿Para qué? ¿Puede la fuerza prevalecer sobre la verdad? Pág. 33
El hombre fuerte dice: lo que me ha sido devuelto es mío, y el hombre débil aprueba. Pero la gran lección de toda la historia es: aquello que puedo arrancar a los otros me pertenece verdaderamente. Mi patria no es mía por el solo hecho de haber nacido en ella; fue mía desde el día en que la tomé por la fuerza.
Todo hombre tiene, naturalmente, el derecho de poseer; por eso la avidez es natural. La sabiduría de la Naturaleza nos prohíbe resignarnos con la privación. Lo que mí espíritu codicia, ha de proporcionármelo lo que está a mí alrededor. Los ideales morales no convienen más que a esas tristes criaturas anémicas, con deseos hambrientos y débiles garras. Los que desean con toda su alma, y gozan con todo su corazón, ésos son los elegidos de la Providencia. Para ellos la Naturaleza prodiga sus tesoros más ricos y amables. Ellos atraviesan el torrente a nado, escalan las murallas, echan abajo las puertas y se llevan todo lo digno de ser tomado. Es dulce poseer de ese modo; lo que costó violencia aumenta el valor del despojo. Pág. 33
Preferiría no ocultar nada; ocultar es cobarde. Pero si no pudiera resolverme a disimular cuando el disimulo se impone, sería también cobarde. Es vuestra codicia la que os hace construir vuestras murallas, y es mi codicia la que me hace avasallarlas. Vosotros empleáis vuestra fuerza, yo empleo mi astucia. Tales son las realidades de la vida. De ellas dependen los reinos, los imperios y todas las grandes empresas de los hombres. Pág. 34
Entonces –exclamé– lo que te deslumbra es la gloria del fracaso. Pág. 35
Los que imaginan que otro mundo es más deseable, no hacen más que transportar su deseo de la tierra al cielo. Pero queda por verse hasta dónde podrá subir su audaz torrente de agua, y por cuanto tiempo podrán remontarlo. Una cosa, por lo menos, es cierta: las mujeres no están hechas para esas pálidas criaturas que se nutren con los lotos del idealismo. Pág. 36
La Naturaleza tiene en su farmacia drogas soporíferas que administra secretamente cuando se rompen los lazos vitales; el dolor, así adormecido, no lo sentimos, y sólo al despertar descubrimos la desgarradura. Cuando el cuchillo cortaba el nudo más íntimo de mi vida, yo estaba tan aturdida por los calmantes que no noté la operación que me desgarraba. Eso tiene que ver, tal vez, con la naturaleza de la mujer. Despertada su pasión, la mujer se vuelve indiferente a todo lo que no es su pasión. Nosotras las mujeres somos como los ríos: fuerza nutricia mientras corren entre sus orillas; potencia destructora cuando se desbordan. Pág. 39
Disfruto a la vista de esta verdad, a medida que se me revela. Esos pasos que tiemblan, esos rostros que se vuelven me son dulces. Y dulces son los engaños que no engañan solamente a los otros, sino también a Bimala misma. Cuando la realidad se ve obligada a enfrentarse con lo irreal, el embuste es su mejor arma; pues los enemigos de la realidad tratan siempre de avergonzarla, llamándola grosera, de modo que está obligada a ocultarse o a llevar algún disfraz. Las circunstancias no le permiten confesar francamente: si, soy grosera porque soy verdadera. Soy carne, soy pasión, soy hambre, no tengo vergüenza ni bondad. Pág. 42
-¡Débiles, las mujeres!… –exclamé yo riendo–. Los hombres alaban vuestra delicadeza y vuestra fragilidad para hacemos creer que sois débiles. Pero en realidad las mujeres sois las fuertes. Los hombres hacen gran ostentación de lo que llaman su libertad; pero quienes los conocen saben, al contrario, cuán esclavos son. Con sus propias manos han elaborado las escrituras para atarse a ellas. Con su idealismo han forjado cadenas de oro con las cuales han aherrojado su cuerpo y su alma. Si los hombres no tuviesen esa asombrosa facultad de enredarse en las redes tejidas por ellos mismos, nada les impediría ser libres. Pero vosotras, las mujeres, habéis concebido la realidad en vuestros cuerpos y en vuestras almas. Habéis dado nacimiento a la realidad; la habéis nutrido con vuestra leche.
Bimala había leído mucho, tratándose de una mujer, y no quiso admitir mis argumentos sin discutirlos.
-Si lo que dices fuera verdad –dijo– los hombres no encontrarían ningún encanto en las mujeres.
-Las mujeres sienten muy bien ese peligro –respondí–. Saben que los hombres se complacen en los espejismos con ayuda de sus propias frases. Ellas saben que el hombre, tan inclinado a la borrachera, prefiere la embriaguez al alimento, y ellas buscan hacerse tomar por bebidas embriagadoras. En realidad, si no fuera más que para agradar a los hombres, las mujeres no tendrían necesidad de ningún embuste.
-¿Y por qué te tomas el trabajo de destruir el espejismo?
-Por la libertad. Yo quiero que la patria sea libre. Quiero que las relaciones de los hombres entre sí sean libres. Pág. 45
La pasión –le respondí– es la linterna que nos guía. Decir que es mala es tan absurdo como arrancarse los ojos para ver mejor. Pág. 47
Tú no ves las cosas como son; y por eso te falta fuerza para cumplir tu obra. Pág. 48
El hombre puede ser herido de muerte, pero no morirá. Pág. 49
La fe engaña a los hombres; pero tiene al menos un mérito: da brillo a la mirada. Pág. 50
Valdría más, a buen seguro, tomar el mundo a risa que inundarlo de lágrimas. Gracias a su risa el mundo avanza. Pág. 51
Los nombres que los celos dan a las cosas no les cambian su valor en el plan del universo. Pág. 52
Hasta el océano de las lágrimas tiene otra orilla; si así no fuera, nadie habría llorado nunca. Pág. 52
El Creador no está obligado a darme ángeles sólo porque yo esté ávido de perfecciones imaginarias. Pág. 52
No hablo así por envanecerme; la necesidad obliga; para escapar a la desesperación, tengo que ver lo que poseo realmente. De modo que por lo menos la experiencia terrible del dolor me lleve al gozo de creer en mí mismo. Pág. 52
Lo eterno no transcurre. Pág. 55
Tu crees –dijo– que la humildad es un capital que cuanto más lo gastas más te enriquece. Yo considero que las personas sin orgullo flotan en la vida como cañas desarraigadas en el agua. Pág. 58
Cuando leo las páginas de la historia de mi vida, me pregunto ansiosamente: ¿no estoy hecho más que de palabras? ¿No soy más que un libro bajo una tapa de carne y sangre? Pág. 63
El hombre es viviente como lo es la Tierra. Está, como ella, envuelto siempre en la niebla de las ideas que exhala. Su verdadera naturaleza queda oculta, y parece hecho solamente de luces y de sombras. Pág. 64
Mi teoría de la vida me induce a creer que todo lo grande es cruel. La justicia conviene a los seres vulgares; a los grandes hombres sólo les está reservada la injusticia. La superficie de la Tierra era plana, el volcán la horadó con su cuerno inflamado creando, para sí misma, su prominencia. El éxito en la injusticia y en la crueldad, he ahí la única fuerza que dio fortuna y poder a los individuos y a las naciones.
Por eso predico el gran evangelio de la injusticia. Digo a todos: la emancipación está fundada en la injusticia. La injusticia, como el fuego, tiene que alimentarse de lo que devora, a fin de no convertirse ella misma en cenizas. Cuando un pueblo o un individuo muestra incapacidad para la injusticia, es barrido por las inmundicias del mundo.
Hasta el presente, lo que acabo de definir no es todavía mi propio ser. Hay en mi cota de malla agujeros por los que pasó no sé qué de muy tierno y muy sensible. Es que, como ya he dicho, la mejor parte de mí mismo fue creada mucho antes de que yo entrara en este estado de vida. Pág. 64
Hay entre mi vida exterior y mis tendencias más íntimas una falta de armonía que disimulo lo mejor que puedo incluso a mis propios ojos, porque no sólo mis proyectos, sino mi propia existencia correrían a su ruina.
La vida no está netamente definida; está hecha de contradicciones. Nosotros los hombres, impulsados por nuestras ideas, buscamos darle una forma particular, fundirla en un molde, en el molde definido del éxito. Todos los conquistadores, desde Alejandro hasta los millonarios norteamericanos, se imponen la forma de una espada o de una moneda y así encuentran por sí mismos una imagen distinta que es la clave de su éxito. Pág. 65
Nos despojaremos, nos odiaremos, pero ya nunca más seremos libres. Pág. 69
El sol del mundo hiere mi corazón sin reflejarse en él. Pág. 71
Dios puede concedernos su favor, pero es preciso que tengamos poder para aceptarlo. Pág. 77
No podemos mantenernos en los límites de lo posible, en nuestra carrera desesperada hacia lo imposible. Pág. 78
Ha dejado su casa, ha olvidado sus deberes, ya no siente más que un deseo inexplicable que lo impulsa hacia delante: ¿por qué caminos, hacia qué objeto? No le importa. Pág. 79
Admito hoy que si un hombre se embriaga con alguna cosa ¡no debe ser con el corazón de una mujer! Pág. 82
Sandip sonrió.
-Sin duda daré testimonio en este asunto, pero seré testigo de cargo.
-¿Qué quieres decir –le pregunté– por testigo de cargo o de descargo? ¿No darás testimonio de la verdad?
Lo que sucedió no es la única verdad.
-¿Y qué otra verdad pudo haber allí?
-¡La que tenía que llegar! La verdad que nosotros queremos elevar estará fundada sobre mucha mentira. Los que han tenido éxito en este mundo han creado la verdad; no la han seguido ciegamente.
-¿De modo que…?
-De modo que daré lo que llamáis un falso testimonio, como lo hicieron todos los que construyeron imperios, edificaron sistemas sociales o fundaron congregaciones religiosas. Los que quieren reinar no temen la mentira. Las trabas de la verdad están reservadas a los que la sirven. ¿No has leído la historia? ¿No sabes que en los inmensos calderos donde se cocieron los grandes sistemas políticos, las mentiras son el principal ingrediente? Pág. 90
Mi maestro interrumpió:
-Es inútil, Nikhil, discutir tales cosas. Los que no sienten la verdad dentro de ellos, ¿cómo comprenderían que el objeto supremo del hombre es sacar a luz esa verdad, y no acumular engaño sobre engaño? Pág. 90
Y ahora, el simple hecho de que no pertenezca a ese partido no me ha hecho olvidar que el objetivo del hombre no es la verdad, sino el éxito.
-El verdadero éxito -corrigió mi maestro.
-Tal vez –respondió Sandip–, pero el fruto del verdadero éxito no puede madurar más que en el campo de la mentira, después de que el suelo ha sido desgarrado y reducido a polvo. La verdad crece por sí sola como las malas hierbas y las zarzas; y solamente los gusanos se alimentan de ella.
Diciendo estas palabras, salió corriendo.
Mi maestro sonrió, y volviéndose hacia mi dijo:
-¿Sabes? No creo que a Sandip le falte religión. Su religión está del lado malo de la verdad, y es como la luna nueva que, por oscura que esté, es la luna. Pág. 91
Hoy presiento que venceré; veo las cosas tal como son, y eso me basta. He ganado mi libertad y ambiciono dar a los demás la suya. En mi trabajo encontraré mi salud. Pág. 94
La mujer puede conocer al hombre en sus debilidades, pero jamás mide plenamente su fuerza. El hecho es que el hombre es un misterio para la mujer, tanto como la mujer lo es para el hombre. Si así no fuera, la diferencia sería de parte de la Naturaleza una simple pérdida de energía. Pág. 195
Somos hombres, somos reyes, y exigimos nuestro tributo. Desde el mismo día en que aparecimos sobre la Tierra la hemos saqueado. Y cuanto más hemos requerido de ella, más se ha sometido a nosotros. Desde los orígenes del mundo los hombres hemos recogido sus frutos, cortando los árboles, agujereando el suelo y sacrificando a los animales. No hemos hecho más que arrancar lo que nos convenía del fondo de los mares, de las entrañas de la Tierra y de las fauces mismas de la muerte. No hay caudales en los almacenes de la Naturaleza que hayamos respetado. Pág. 101
Nuestra obra avanza a grandes pasos. Pero por más que nos desgañitemos gritando que los musulmanes son nuestros hermanos, llegamos a la conclusión de que nunca se pondrán del todo de nuestro lado. Es preciso suprimirlos y que ellos sientan bien que somos los amos. Hoy enseñan los dientes, pero llegará día en que dancen al son de nuestra música como osos domesticados.
-Si la idea de una India unida es justa –objetó Nikhil–, los musulmanes no pueden ser excluidos.
-Ciertamente –le respondí–, pero tendremos que hallar un lugar adecuado donde relegarlos; de lo contrario no cesarán de causarnos molestias. Pág. 104
El día en que busquemos el bien de nuestro país por el camino de la justicia y de la virtud, aquél, que es más grande que las patrias, fallará a favor de nuestra casa. Pág. 107
Los periodistas saben bien que tienen el monopolio de arrojar barro y el transeúnte inofensivo no puede evitarlo. Pág. 113
-Nuestro país –traté de explicarle– ha sido llevado a las puertas mismas de la muerte a causa del miedo; miedo a la policía y miedo a los dioses; y si en nombre de la libertad ustedes levantan un nuevo espantajo, cualquiera que sea el nombre que le den, si recurren ustedes a la opresión para enarbolar un estandarte victorioso sobre la cobardía del país, entonces ningún verdadero amante de la patria podrá someterse a lo que ustedes decidan.
-¿Existe algún país –replicó el estudiante de historia– donde la sumisión al gobierno no se obtenga por el miedo?
-Se puede medir la libertad de cada país por el miedo que reina en él. Donde el miedo solo retiene a los malhechores, el gobierno puede lisonjearse de liberar al hombre de la violencia del hombre. Pero donde el miedo reglamenta los vestidos, el comercio y la alimentación, se puede decir que la libertad humana es ignorada y que la humanidad está minada por su base.
-Pero esas restricciones a la libertad individual también existen en otros países.
-¿Quién lo niega? –exclamé–; pero no existe país donde hombre no se haya destruido a sí mismo por haber tolerado la esclavitud. Pág. 114
No es madera seca lo que quiero, sino árboles vivos; necesitarán tiempo para crecer. Pág. 115
Esta predisposición a la esclavitud que llevamos en la sangre se convierte hoy en una abominable tiranía. Ustedes están habituados a ceder al miedo, a doblegarse bajo la dominación, que llegan a hacer una especie de religión del sometimiento de los otros. Pág. 115
No, no. Aquello no fue un impulso generoso, no fue tampoco un signo de indiferencia. Era que había llegado a comprender que nunca podría ser libre antes de haber aprendido a liberar. Pág. 118
Sea lo que sea la cosa que enjaulamos, ella nos encadena con deseos más fuertes que los lazos de hierro. Es lo que el mundo no ha llegado a comprender. Se requiere reformar fuera de uno mismo; pero es uno mismo, en sus deseos, en donde hay que operar profundas reformas, y en ninguna otra parte. Pág. 118
… el pecado no hiere sino a los débiles. Pág. 122
¡Oh, hijo mío!, ¿de qué puede servir que tú me salves, si soy incapaz de salvarte? Pág. 123
Las mujeres no comprenderemos jamás a los hombres. Obstinados en perseguir una meta, no vacilan jamás en destrozar corazones para empedrar el camino por el que rueda su carro. En la embriaguez de su propia creación, se regocijan destruyendo la creación del Creador. Pág. 129
Lo más que podemos hacer, nosotros, hombres –continuó Sandip–, es entregar nuestro poder, pero las mujeres se entregan ellas mismas. Con su propia vida dan origen al nacimiento; y con su propia vida nos legan la subsistencia. Tales dádivas son verdaderas dádivas. Pág. 132
El arma más segura de los que gobiernan el mundo es la fuerza de la pompa que despliegan. Hacer voto de pobreza sería para ellos más que una penitencia, un suicidio. Pág. 137
No es necesario ser un buen tirador para matar una presa que se tiene entre las manos. Pág. 139
-Hay miedos que sería cobarde no sentir. Pág. 141
Los que juegan con ilusiones acaban siendo sus víctimas. Pág. 143
Las difamaciones que los diarios difunden y reproducen en mi contra, van camino de hacerme célebre. Pág. 145
Les facilitaré dinero cuando vea que es la industria la que realmente les interesa. Pero el hecho de que enciendan el fuego no prueba que tengan ustedes algo que guisar. Pág. 145
-Pues bien, no te demores. Te digo, Nikhil, que la historia de la humanidad deben escribirla todas las razas del mundo unidas en un mismo esfuerzo. Por lo tanto, es inadmisible que venda uno su conciencia por razones políticas y se haga de la patria un fetiche. Sé bien que éste no es el sentimiento profundo de los europeos. Pero, ¿por qué Europa ha de ser nuestra maestra en esto? Los hombres que mueren por la verdad se inmortalizan; del mismo modo, si un pueblo entero llega a morir por la verdad, será considerado inmortal en la historia de los hombres. .Aquí, en esta India donde la risa burlona de Satán horada el cielo, ¡quiera éste que el sentimiento de la verdad se vuelva real! ¡Qué epidemia de pecados han desencadenado sobre nuestra patria los pueblos extraños!
Somos tan impulsivas las mujeres, que siempre necesitamos cargar sobre otros el fardo de nuestros peligros. Cuando vamos hacia la muerte, arrastramos a ella a quienes nos rodean. Pág. 149
Sandip, el hombre de poderes mágicos, pierde toda su seducción cuando sus fascinaciones se niegan a servirle. De un rey que era, había descendido al nivel de un villano. ¡Qué alegría para mí cerciorarme de su debilidad! Cuanto más grosero se manifestaba, más brotaba el gozo en mí. Los sortilegios serpentinos en que antes me envolvía ya eran impotentes. ¡Soy libre! ¡Estoy salvada, salvada! Sé grosero, sé ultrajante; al fin te contemplo en tu verdadera realidad. ¡Líbrame de tus mentidas alabanzas! Pág. 158
La madre protege; la amante lleva a la ruina. ¡Pero es una ruina tan dulce! Pág. 159
Debiera confesar inmediatamente que soy el origen de todo este asunto; pero la vida de las mujeres reposa enteramente en la confianza de las personas que las rodean; cuando esta confianza ha sido secretamente engañada, ellas pierden su lugar en el mundo. Marchan sobre los restos de lo que han destruido y sus pies sangran a cada paso.
No es difícil pecar; pero nada lo es más, para una mujer, que purificar su falta. Pág. 163
Nada más espantoso que una máquina que parodia al hombre. Pág. 165
Nada resulta tan extraño en la creación como un ser aislado. Ni siquiera el que ha perdido, uno tras otro, a todos los seres amados, está solo: la cortina de la muerte no le priva totalmente de su compañía. Pero a aquél que aunque rodeado de parientes y allegados está a mil leguas de ellos, quebrantando sus lazos de familia y de hogar, hasta el universo estrellado se niega a iluminar su tenebrosa soledad. Pág. 167
¿Cuántos años, cuantas edades, cuántos miles de años pasarán hasta que vuelva a encontrarme en aquel día que viví hace nueve años? Dios puede crear cosas nuevas, pero ¿tendrá poder para reconstruir lo que ha sido destruido? Pág. 168
La libertad lograda por el dolor es más grande que el dolor mismo. Pág. 171
Los hombres como yo, poseídos de una sola idea, sólo pueden entenderse con quienes la comparten; pero los otros no pueden entenderse con ellos sino engañándolos. Pág. 179
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