Cuando se vio metido hasta el cuello en una bañera sin fondo donde ya no había purpurina ni abrazos que quitaran el frío, donde el champan solo se bebía en copa y las bicicletas se tenían para los paseos en familia, fue cuando saltó al vacío. Organizó concursos de camisetas mojadas, empezó a pintarle los labios a jovencitas y a dejarse la barba que nunca se había dejado crecer. Solo quería vivir una noche de esas donde la fiesta acababa en casas sin dueño y rodeado de besos de desconocidas. Bailar, aunque no se le diera nada bien y reír. Sobretodo quería reír. Y coger el coche habiendo bebido dos cervezas de más y que no importara nada, porque la carretera estaba vacía y lo único que quería era una pizza y lo que quedara en la calle a las cuatro de la madrugada.
-¿Y por qué no te quedas?
Le chilló a la desesperada la que un día fue su musa y su razón para vivir.
-Porque ya no usas purpurina, tus abrazos no son los mismos y el champán no sabe igual.
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