Juan Domingo y Virna.
Una historia de verdad.
Él, Juan Domingo Peròn, ella Virna Lisi. Cuando se vieron por primera vez no se saludaron. La segunda, tampoco lo hicieron. Recién a la tercera vez sucedió, pero simplemente porque sabían que se verían durante mucho tiempo mas. Una tarde, Virna, se hallaba sentada en el sofá frente a la televisión que no miraba, sus ojos estaban sobre un cuadro arriba de la caja. Era una imagen totalmente tranquilizadora, arena, mar y sol. Peròn ingresó a la habitación, pretendía mirar las noticias de lo que ocurría en su país. Ambos congelados, detenidos en el tiempo observando imágenes. Ella era capaz de darle movimiento al cuadro en su imaginación. El, se aburrió rápidamente de la tv, y sacó una revista de Sudoku, amaba esos juegos llenos de números, bajó la vista y vio su pantalón de pana marrón rozando la rodilla de la rubia. Dejó de lado los juegos, la observaba con ojos tristes, tuvo un Deja Vu. Virna lo sintió por primera vez. Le sonrió, se puso de pie y abandonó la sala luciendo sus atributos.
El encuentro se dio durante varios días, en el mismo lugar, a la misma hora. Cada vez mas cerca, vigilando que nadie se diera cuenta de su cercanía. No emitían palabra alguna.
Una tarde, el encuentro fue diferente. Cuando Virna estaba a punto de comenzar con el ritual para abandonar la sala, una puerta se abrió al otro lado, la chica salía empujando el carro con los productos de limpieza, la puerta no se había trancado. Virna lo miró asustada, Juan tomó su mano. En el cuarto semi oscuro con los vidrios empañados de la vieja ventana, sobre las pilas de ropa sucia…se amaron.
Pasaban las tardes esperando que aquella puerta se abriera pero no cerrara. no siempre ocurría, pero si sucedía ellos lo aprovechaban como dos adolescentes.
Sus piernas medían 22 besos. El lo sabía, había contado mas de una vez sin que ella pudiera darse cuenta. Todo en su vida era matemáticas. Sabia que con dieciséis besos suaves detrás de la oreja izquierda, ella quedaba rendida a el por completo. También había descubierto el recorrido perfecto, saltando de lunar en lunar. Las tres marías pensaba el, “acá tienes a las tres
marías”. Comenzando por ellas era fácil quedar perdido en la galaxia de su espalda. Cuando había contabilizado unas cien, el, empezaba a pintar hirvientes cometas con la lengua. Luego de tres o cuatro, ya podía ver las manos de ella estrujando la bolsa de ropa. Ese era el momento justo para pegar el pecho y sentir. Millones de latidos hablando entre si, el calor abrazador, dejando atrás la política, el cine… unos minutos y ¡Big Bang!
Quizás sea una locura mas dentro del manicomio, pero ellos ya no están solos, ya no.
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