Encolar al viejo desayunando palomas,
sus canas, sus pliegues, su bastón.
Pegar sus dientes a los recuerdos que lleva
su encía y las treinta y dos razones de morder.
Encolar a la abuela, mueble viejo en el rincón
y su cadera después del arrebato,
el vestido de flores, las bolsas del mercado y sus miserias.
Pegar al perro fiel embalsamado en el sofá.
Encolar al hombre del pretil,
saber de su accidente, su cuerda su corbata.
Al hombre de las medias lunas negras debajo de los ojos,
al trapecista y su viento, al antihéroe y el vino.
Encolar al hombre atravesado
por el cuervo blanco sin alas.
Mirarse adentro y encolar al niño roto,
despertarlo de la siesta y de su sueño.
Bajarlo del árbol quemado y curarle las heridas
con las misma saliva que besamos.
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