Ha habido noches en las que
he sido malo, otras han sido
sólo malas noches.
Caperucitas con minifaldas
que dejan poco a la
imaginación.
Princesas de cuento, esperando,
el príncipe azul no llega y
la discoteca
va a cerrar.
Corazones congelados en vasos
de tubo, nenúfares que marcan el camino
dirección a un cuarto sin ventanas
donde poder tirar la cena
y el alcohol que no ha sentado
del todo bien.
Un par de colegas charlando sobre
política, indignados con el mundo,
queriendo salvar a madre Tierra
y estudiando una carrera
que más que salvar,
mata todo lo que parece
latir vida.
Ignorancia e incoherencia gobernando,
los borregos alimentándose
en un campo de finas yerbas
con sustrato a base de
cocaína.
Y las Caperucitas siguen ahogando
sus complejos en vodka barato,
esperando que alguien venga y las rescate
de su aburrida existencia.
Los artistas siguen en las calles,
tocando en garitos de mala muerte,
y los románticos del dólar siguen llenando
conciertos y vendiendo copias.
Yo no soy ni una dama con ropajes rojos
de un cuento infantil, ni un músico, poeta
o pintor; desencuentro y telebasura
con los pies encima de la mesa
y escuchando el rumor de la noche.
Algún grillo pidiendo socorro o
la ronda del camión de
la basura.
El cielo repleto de cristianos devotos
y los ángeles durmiendo sobre trozos
de cartón, San Pedro no vigila la entrada
de esa sucursal bancaria.
Reflexiones bajo una marquesina, antes
de coger el autobús, línea cuarenta y siete,
próxima parada: el País de Nuncajamás.
Yo me pregunto, ¿existirá esa Caperucita
que espere que aparezca de repente
y la salve del paso del tiempo?
Querida Caperucita,
búscate a otro.
Autor:
Pablo Ballester | Contacto
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