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Dios de cristal.

No creo en Dios porque
Dios se ha olvidado de mí,
me dijo que lo dejara en paz
que su trabajo no era salvarme de nada, ni
de nadie.

Lo conocí en una barra de algún bar
en alguna perdida ciudad
de algún planeta que el mismo creó.
Bebía whisky con agua, de un trago
y las ojeras caían, pesadas,
sobre sus cuarteadas y cansadas
manos.
Me senté a su lado y le pregunté que
qué tal andaba, que si en el paraíso también
había crisis y si el la notaba.
No me contestó pero me dedicó una mirada
que hablaba más que cualquier libro,
por bueno que pueda llegar a ser.
Le invité a otro trago y le dije que por qué
me había abandonado tan pronto,
que sabía que no era el siervo más fiel,
ni el más devoto, ni nada, pero creía merecer
algo que el había decidido que tendría
que sufrirlo.

Apuró su vaso y me miró desafiante,
«No te he abandonado, ante mi prueba no supiste
aguantar para demostrarme tu fe y ahora,
insensato, estás igual de perdido que yo
en este tugurio del tres al cuarto que no sé cómo
ha salido de mi mente.»
Los ojos le brillaban y las lágrimas empezaban
a empujar sus ojos hacia afuera.

Ver a un Dios llorar no es agradable, te lo puedo
asegurar, pero produce una cierta satisfacción
que sólo alguien desesperanzado como yo puede
sentir en las comisuras de los labios.
Le pasé mi brazo por encima del hombro:
«Cuéntame, siempre escuchas a todo el mundo
y nadie te escucha a ti.»

Entre sollozos me contó que él no había creado
al ser humano para las empresas que éste llevaba a cabo,
que no deberían matarse entre ellos, que los animales
no se merecen ser arrasados pues él los quiere igual
que a cualquiera de nosotros.
También me dijo que la codicia y envidia habían arruinado
todas nuestras esperanzas de salvación y que ni el creyente
más real de todo el planeta se iba a salvar.
Destrozado, respirando por inercia y borracho, así estaba
tu Dios y el mío, el nuestro, el vuestro y
el suyo.
Yo lloraba con él mientras pedía que nos rellenaran
los vasos, quería consolarle pero, ¿cómo consolar
a un Dios que ha perdido la fe en su creación?

Me dijo, limpiándose las lágrimas con la manga, que
el pensaba que esto iría de otra manera pero que cuando
se dio cuenta, era ya demasiado tarde para poder dar
marcha atrás y enmendar el error de una creación
que destruye cuanto encuentra a su paso.
El esfuerzo que le había llevado a cabo crear a cada
animal, a cada planta, a cada humano, y que nada valga
una mierda.

Me lo llevé a casa ya que iba tan borracho que no podía
ni conducir y, ya allí, le tendí una cerveza y un cigarro.
Los aceptó y empezó a hablar, aun llorando:
«¿Por qué me ayudas si yo he sido tu peor pesadilla?,
¿por qué te empeñas en escucharme si yo no
te escuché nunca?».

«Porque yo también creo vida a partir de la nada»,
contesté.

«Muéstrame tu magia, por favor», me dijo él
con los ojos desorbitados.

«Mi magia no es más impresionante de lo que pone
en la Biblia que enseña tus valores.
No he hecho más que tus apóstoles en sus versículos,
he arrancado lo que creo de dentro de mi pecho
y lo he cosido a un trozo de papel. Con una diferencia,
amigo, y es que yo no he mentido ni una sola vez.»

Después de esto, dejó de llorar y yo fui
a por un par de cervezas más.

Autor:
Pablo Ballester | Contacto

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