Tomado de la Revista Scientific American Mind, «Natural Born Liars»; vol. 16,
núm. 2, Nueva York, 2005; pp. 16-23.
Mentir es una habilidad que crece en lo más profundo de nosotros, y que utilizamos con regularidad. Como escribió el escritor estadounidense Mark Twain hace más de un siglo: «Todo el mundo miente, todos los días, a cada hora, dormido, despierto, en sus sueños, en su alegría, en su duelo. Aun con la boca cerrada, sus manos, sus pies, sus ojos y su actitud se convertirán en una mentira». La mentira es una condición inherente a los seres humanos.
Pasaporte al éxito
Las investigaciones actuales se centran en aquellas mentiras en las que, literalmente, se dicen cosas que no son ciertas. Pero nuestro fetichismo va más allá: también mentimos por omisión y con otros giros muy sutiles. Mentimos en otras muchas formas no verbales: usamos maquillaje, artículos para el cabello, cirugía cosmética, ropa y otras formas de adornos y fragancias, para disfrazar nuestra verdadera apariencia y nuestro olor corporal. Lloramos lágrimas de cocodrilo, fingimos orgasmos y decimos frases falsas, como «que tengas bonito día». Además, la mentira verbal es sólo una de las muchas formas de mentir.
Pero la pregunta es: ¿por qué mentimos? Y su respuesta es: porque funciona. Los Homo sapiens que fueron mejores para mentir obtuvieron ventaja sobre otros en la implacable lucha para el éxito reproductivo. Como humanos, debemos acoplarnos a un sistema social determinado para alcanzar el éxito, y nuestra mejor arma es destacar, diferenciarnos; mentir ayuda en esa tarea. Y mentirnos a nosotros mismos —un talento construido por nuestra mente— nos ayuda a aceptar este comportamiento fraudulento.
El fenómeno Pinocho
La mentira puede ser un riesgo en las negociaciones. En las tribus, las bandas de cazadores que eran consideradas como estándar social, si eran descubiertas en alguna mentira, perdían credibilidad para su comunidad.
Como nuestros ancestros eran primates inteligentes, de ideas sabias, llegó un momento en que advirtieron estos peligros y aprendieron a ser más conscientes
de sus propias mentiras.
La complejidad social impulsó a nuestros ancestros a convertirse en seres más inteligentes, negociadores y manipuladores, lo que significa que los seres humanos somos mentirosos por naturaleza.
Esto creó un nuevo problema: los malos mentirosos se ponen nerviosos. Como Pinocho, se delatan por movimientos no verbales involuntarios. La evidencia experimental indica que los humanos tienden a hacer inferencias sobre el estado mental de otros a partir de la mínima exposición de información no verbal. Como algún día expresó Freud: «Ningún mortal puede guardar un secreto. Si sus labios guardan silencio, habla con sus dedos; la traición es exhalada por cada uno de sus poros». En un esfuerzo por sofocar nuestra creciente ansiedad, elevamos automáticamente el volumen de nuestra voz, nos ruborizamos, sudamos, tocamos nuestra nariz o hacemos pequeños movimientos con nuestros pies.
Los biólogos proponen que la función de mentirnos a nosotros mismos es más fluida que la de mentir a otros. La primera nos ayuda a mentir sinceramente, sin saber que estamos mintiendo, sin alguna necesidad de pretender que decimos la verdad. Por tanto, una persona que se miente a sí misma dice la verdad según su propio conocimiento, y creerse sus propias historias, le ayuda a ser más persuasivo.
Por supuesto, esta teoría sobre mentirse a uno mismo no es absoluta. A veces también nos mentimos de forma consciente y nos damos cuenta de ello, pero
nos negamos con necedad a explicarnos ciertas cosas a nosotros mismos. Sabemos que las historias que nos decimos no afectan nuestro comportamiento ni nos ponen en evidencia con señales físicas como el aceleramiento del corazón o las manos sudadas que demuestran nuestro estado emocional. En otros casos, sin embargo, somos inconscientes de nuestras mentiras.
Como vemos, la perspectiva biológica nos ayuda a entender por qué los mecanismos de cognición para mentirnos a nosotros mismos embonan tan delicada y silenciosamente: de un modo astuto e imperceptible nos envuelven de pronto en actuaciones tan bien construidas, que el acto parece completamente sincero, aun para los propios actores.
Consulta el artículo completo “Por qué mentimos” de David Livingstone Smith en Algarabía 65, pp. 66-72.
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