No es el problema: hacia un doble estado catalán
En la disputa entre nacionalistas españoles (españolistas) y nacionalistas catalanes (catalanistas) los que somos españoles pero no españolistas nos arriesgamos a ser vapuleados por ambos lados. Dado que España, como Cataluña o Europa, es una realidad social y no una realidad física, depende su existencia y configuración de los conceptos, sentimientos e imágenes que sobre dicha entidad tengan los ciudadanos que la piensen. Además, claro, de las relaciones jurídicas y económicas que las configuran como un sistema de particularidades.
En la disputa con los nacionalistas catalanes y españoles, los últimos discuten «el derecho a decidir». Los liberales españoles, sin embargo, debiéramos discutir el sujeto del derecho a decidir. Porque mientras que el «derecho a decidir» me parece algo que es obvio conceder desde una perspectiva democrática y liberal, lo que está en juego filosóficamente es la dilucidación del sujeto de dicho derecho. Desde el punto de vista de los nacionalistas dicho sujeto es algo que llaman «nación», así que insisten en que tiene que «decidir» ya sea la «nación catalana» o la «nación española». Y, claro, la contradicción está servida…
En Gran Bretaña, quizás porque tienen las ligas y las selecciones de Inglaterra y Escocia separadas (y el fútbol como metáfora sirve para aclarar los problemas a los que no están acostumbrados a pensar mediante conceptos sino mediante imágenes y sentimientos), lo han tenido claro y la nación inglesa, vía esa encarnación preclara que es David Cameron, le ha concedido a la nación escocesa el derecho a decidir sobre su independencia. Pero los ingleses tienen ese espíritu de «tenderos» que les lleva a negociar hasta lo más «sagrado» mientras que los españoles todavía se aferran a sus nociones de «caballeros» que convierte cualquier disputa en una cuestión de todo o nada…
Pero si el «derecho a decidir» no lo ha de ejercer ninguna fantasmal «nación», ya sea «catalana» o «española», ¿quién? Echemos un vistazo a otro trozo de «imperio británico» que también pone de los nervios al habitual nacionalista español: Gibraltar. Puede tener sentido que España reclame el peñón por motivos geo-estratégicos, o algo así, pero imagino que nadie en sus cabales y con el bachillerato terminado creerá que podríamos obligar a los «llanitos» a pertenecer a España contra su voluntad (y si hay algún argentino por aquí, pues tres cuartos de lo mismo para sus pretensiones malvinopatrióticas).
Gibraltar es una muestra de lo que nos debiera deparar el siglo XXI: un territorio fragmentado en polis aliadas por lazos comerciales, políticos, sociales y de buena vecindad. De lo que se sigue que el famosísimo «derecho a decidir» tendría que ser reclamado por los liberales como una forma de romper la elefantiasis del Estado-nación para reconducirlo hacia estados mucho más pequeños, y por tanto con menor poder de coerción sobre los individuos.
«Derecho a decidir» en Cataluña, sí, pero no de la inexistente «nación catalana» sino de los catalanes de carne y hueso. Ciudadanos que serían libres, algunos, de crear su propio estado catalán separado del español mientras que otros configurarían un otro estado catalán dentro del estado español, como ha venido siendo hasta ahora. La solución de un doble estado catalán tendría, qué duda cabe, dificultades logísticas y traumas psicosociales de calado pero satisfaría esa exigencia al parecer irrenunciable para tirios y troyanos, israelíes y palestinos de la piel de toro ibérica, de sentirse miembros de un estado unidimensional catalán o de otro estado bidimensional español-catalán.
En lo que a mí perspectiva liberal respecta, lo que importa de los casos «yugoslavos», escocés, catalán, vasco, etc. es que supondría la partición de los mega estados actuales en mini estados confederados y en el reconocimiento del ciudadano de estas «neo polis» como sujeto último de decisiones políticas, sociales y económicas, por lo que comenzaríamos a enterrar el caduco y zombi ogro del «estado-nación» decimonónico que está dando sus últimas bocanadas antes de caer derrumbado como cierto muro del que no quiero acordarme.
TVE está emitiendo una pedagógica serie histórica, Isabel, sobre la fabricación de «España» a partir de los reinos de Castilla, Aragón, León, Granada… preexistentes. Del mismo modo que se fabricó, se puede desmontar. Ha sido divertido, por patético, como los nacionalistas catalanes, encarnados en el felón director del Museo de Historia de Barcelona, le han hecho la mejor
publicidad a la serie: ¡censurándola! Estas idioteces creía que era patrimonio exclusivo de los gerifaltes religiosos con los artistas «blasfemos» pero, como sospechábamos, el nacionalismo es una forma de religiosidad laica a fuer de lacia.
PD. Esta tarde en un supermercado cordobés, señoras elegían la mortadela según estuviese envasada o no en Cataluña. La Selva es una marca de Gerona pero ¿cómo saben estas señoras que no es una empresa de andaluces emigrados o, si acaso, de catalanes «españolizados» (que diría el ínclito Wert)?
PD. El modelo de «polis confederadas» tiene su expresión más acabada actualmente en Suiza, donde se han convocado varios referéndum sorprendentes para una mentalidad como la española y con unos resultados todavía más sorprendentes. Daniel Ordás sigue insistiendo, con muy buen criterio, en trasvasar dicho modelo a España.
1 comentario
M.H.
Antes de nada, siento no poder escribir acentos, tengo un problema con el teclado.
Transmitir mi decepcion por el paragrafo, entre otros, en el que se da una solucion semejante a casos tan sumamente diferentes como Catalunya, Euskal Herria, Yugoslavia, etc.. Doloroso. Esto solamente puede suponer una ignorancia de sus respectivas historias, casi total.
A mi, personalmente, me repugna la idea de una independencia nacional reducida a eso, la considero racista, egoista, insolidaria, etc.. Deberiamos replantearnos el concepto de independencia, pues esta exige ser plena, en todos los ambitos, pero tambien hacia fuera, sin invadir libertades ajenas. Si olvidamos esto, no vamos a la raiz del problema, y puedes hablar de confederalismo o mil astucias, da igual.